Hay días, como hoy, en los que pienso en hacer la maleta e irme. ¿Dónde? Aún no lo he decidido del todo, lejos.
Mi madre siempre me enseñó que hay que enfrentarse a los problemas, echarle "un par de cojones" y plantarles cara. Algo así como "Yo soy Raquel, y querida/o, tu no vas a hundirme".
¿Pero que ocurre cuando el problema eres tú? ¿Cómo me enfrento a mí misma?
He probado a ponerme frente al espejo y dejarme las cosas claras, pero no funciona, no llego a comprenderlo del todo.
Y es que no tenéis ni idea de lo que es no poder con una misma. Yo antes me arreglaba con un bailecito y un par de copas, o dos días de descanso de todo, o una semana de llanto contínuo. Pero al parecer "he madurado" y ahora nada de eso funciona, tengo que razonar todo lo que pienso, y la mayoría de las cosas que pienso son problemas, y casi todos esos problemas los ocasiono yo. Así que vuelvo a regañarme frente al espejo y sigue sin funcionar, y todo se convierte en una especie de espiral que me atrapa y no me deja salir. No sé muy bien si me entiendes.
Quizás sólo necesito eso, alguien que me diga "yo te entiendo", alguien que me enseñe a salir de aquí. Pero hoy en día, la sociedad que nos rodea ha aprendido a mirar sólo por sí misma, y la empatía ha desaparecido. O quizás soy yo, que pido demasiado.
La cuestión es que empecé a escribir esto como desahogo, porque en un principio este blog fue creado con ese fin, y creo que también he olvidado como desahogarme, o quizás es que nunca lo he sabido del todo. Y esos intentos fallidos de desahogo han sido los que me han traído hasta aquí.
Quizás huir no sea el mejor camino, pero yo por si acaso no lo tacho como opción.