Nos tomamos demasiado al pie de la letra aquello de “año
nuevo, vida nueva”, por eso, después de varios días sin verlo un 2 de Enero me
dijo:
-Ya no me gustas como antes.
Y crash, corazón roto de nuevo. Había unos doscientos
cincuenta y siete pedacitos de mi corazón esparcidos por todo el coche y él no
se había dado ni cuenta. Con lo que nos costó arreglarlo, todos los meses que
estuvimos buscando todos los pedacitos para ponerlos en su sitio, y llegas
ahora y en una frase te lo cargas.
Yo os juro que iba toda digna, que llevaba días y días
preparando un discurso super bonito, que después de todas las Navidades sin
verle ya tenía asumidísimo que esto se acababa. Créeme, era precioso, nos iba a
dejar por las nubes, porque nuestra relación fue algo así, nubes, y sol, y
tormenta y arcoíris. Y lo más normal era dejarla a la altura que se merecía y
no romperla de una manera tan absurda. Tú siempre fuiste un poco absurdo, y aun
así te quise (y te quiero) con todo mi corazón (bueno, ahora con lo que queda
de él).
Desde el primer día ambos sabíamos que esto tenía fecha de
caducidad, que era una locura, que yo me iba ir algún día, que tú nunca ibas a
cambiar. Pero lo cierto es que nunca pensé en ella, simplemente vivimos, y me
acostumbré a ello, me acostumbré a ti. Le cogí cariño a los viernes en tu
regazo y a los sábados bailando contigo, a la tortilla de patata con cebolla, a
ese maldito gato loco que no hacía otra cosa que arañarme. Le cogí cariño a todo
lo tuyo, y me olvidé de nuestra fecha límite.
En fin, aquí estaba, así que salí del coche con la mano en
el pecho, sujetando el poquito corazón que me habías dejado, dedicándote el “adiós”
más triste del mundo y una última mirada. Me di la vuelta, me eché a llorar
como una niña pequeña y me rompí enterita. Vacía, así me has dejado.
Y lo que tengo claro es que superar lo nuestro es realmente
la cosa más triste que le ha pasado al amor en toda su vida.